Desde Pretoria a Ciudad del Cabo a bordo de uno de los trenes más distinguidos del mundo. Glamour, estilo, elegancia y romanticismo en una atmósfera evocadora y cinematográfica repleta de tintes sibaritas.
Recorrer los escasos 1.600 kilómetros que separan Pretoria de Ciudad del Cabo apenas serían dos horas en avión, pero está claro que se perdería todo el romanticismo de viajar en un tren de época durante dos días.
La experiencia comienza en la estación de Pretoria en la que es posible hacer una visita guiada a los 10.000 m2 de su taller y contemplar como se llevan a cabo las restauraciones de los vagones. Lo que antaño fue una bulliciosa estación repleta de trenes a vapor es hoy en día la sede central de Rovos. La fastuosa estructura de la estación, de estilo colonial, no ha perdido ni un solo ápice de elegancia. Sus instalaciones también incluyen un museo ferroviario que cuenta con semáforos, señales de tráfico antiguas e incluso vagonetas de época que recrean todo el ambiente de antaño. Con el tiempo, se pretende que la instalación se convierta en el museo de trenes en funcionamiento más importante del mundo.
Desde media mañana el goteo de turistas es constante, hasta completar la cuarentena de pasajeros que tendrán el privilegio de viajar en la “Perla de África”. Los canapés, los pasteles, y sobre todo el champagne francés, ayudan a que los pasajeros se empiecen a conocer.
Los viajeros comienzan a subir al tren alrededor de las cuatro de la tarde, y una hora más tarde, lentamente y entre chirridos, el tren se pone en marcha.
Rovos tiene el privilegio de contar con uno de los trenes más lujosos del mundo, un verdadero hotel cinco estrellas gran lujo sobre ruedas. Las locomotoras a vapor pasaron a la historia, pero la adquisición en 2016 de cinco nuevas locomotoras diésel australianas no le
Los viajeros comienzan a subir al tren alrededor de las cuatro de la tarde, y una hora más tarde, lentamente y entre chirridos, el tren se pone en marcha.
Rovos tiene el privilegio de contar con uno de los trenes más lujosos del mundo, un verdadero hotel cinco estrellas gran lujo sobre ruedas. Las locomotoras a vapor pasaron a la historia, pero la adquisición en 2016 de cinco nuevas locomotoras diésel australianas no le
Por la noche, entre traqueteos y chasquidos, el tren se va abriendo camino entre los campos de maíz del oeste de Transvaal siguiendo el curso del río Vaal. A la mañana siguiente el tren llega a la estación de Kimberley. Conocida por su “Big Hole”, la mina de diamantes más famosa de toda África. Este agujero a cielo abierto cubre una extensión de 170.000 m2, la mayor excavación del mundo realizada por el hombre, con una profundidad de 240 metros. De aquí se extrajeron 3 toneladas de diamantes hasta el año 1914 en el que fue clausurada. Todavía es posible ver el impresionante cráter lleno de agua, y sobre todo visitar el museo adjunto en el que se explica toda la historia relacionada con el mundo de los diamantes en la región.
El antiguo pueblo, anexo al museo, está todavía como hace un siglo, con sus casas de madera, su salón, sus tiendas, su banco, y un tranvía que todavía está en funcionamiento. La fiebre de los diamantes ha dado paso a la fiebre del turismo, otra fuente inagotable de riquezas. A las cinco en punto se sirve el té, aunque lo que más adeptos congrega es ver la puesta de sol desde el vagón de cola, totalmente abierto y en el que se obtienen las mejores instantáneas del viaje, sobre todo cuando el tren efectúa giros pronunciados. Los gin-tonics corren a raudales acompañados de biltong, una carne de ternera seca de intenso sabor y muy popular en Sudáfrica.
Al día siguiente el tren llega a Matjiesfontein, a tan sólo 150 km de la parada final, Ciudad del Cabo. Este pequeño pueblo, de estética victoriana, no existía antes de la llegada del ferrocarril. Fue creado por el Sr. Logan en 1890 como alto en el camino en el que poder beber y estirar las piernas. Su negocio fue tan exitoso que pronto se formó un núcleo de casas a su alrededor. En el cercano Hotel Lord Milner se instalaron los primeros inodoros de Sudáfrica y también fue el primero en tener luz eléctrica y teléfono. Varios museos explican la historia del pueblo. El curioso museo del transporte, ubicado en uno de los extremos del pueblo, muestra una notable colección de coches de época de entre 1930 y 1960. El museo Marie Rawdon exhibe todo tipo de artículos del ávido coleccionista David Rawdon.
Después de Matjiesfontein el tren continúa hacia el oeste entre arbustos, matorrales y zonas desérticas sin prácticamente presencia humana, a excepción de algunas veletas y herramientas agrícolas oxidadas. El árido Gran Karoo da paso a la zona de viñedos. Hay que saber, que los vinos sudafricanos están clasificados como los mejores del mundo, sobre todo en cuanto a los blancos se refiere. Las Planicies del Cabo, aquí llamadas Cape Flats hacen presencia, y junto a ellas los primeros suburbios de Ciudad del Cabo. Esta zona se convirtió en los años 1950 en el hogar de todo aquel que no era blanco, impuesto por el gobierno del apartheid. A partir de ese momento y mientras el sol se va poniendo, cada mirada sobre el paisaje hacer crecer la nostalgia. Estamos entrado en la estación de Ciudad del Cabo, y el viaje toca su fin.